martes, 13 de marzo de 2012

Voy descongelando el corazón mientras tanto.

Y entonces me senté frente al mar. Sólo estaba yo. Yo y el mar. Menuda combinación.
Era pleno enero. La gente estaba en sus casas, aguardándose del frío invierno.
Me descalcé y caminé por la arena.
El agua estaba fría. Estaba helada, como mi corazón. ¡Qué coincidencia!
El sonido de las olas venía acompañado de un recuerdo. De aquel verano del 96, de lo feliz que era y de lo mucho que me quedaba por aprender de la vida.
Tuve la intención de hacer una locura. No la hice. Debería haberlo hecho. Debería haberme bañado con el agua totalmente congelada y con lluvia en las pestañas, al menos habría tenido algo increíble que contar algún día a mis nietos.
Caminé un poco más y cansada de andar, me volví a sentar, esta vez en una de las piedras. Cerré los ojos y decidí no pensar. Pero a medida que pensaba menos, sentía más.
Y entonces comprendí el por qué de mi enfermo corazón: De tanto pensar, había dejado de sentir.
Ya no había marcha atrás. Estaba crónico. Estaba en coma, coma irreversible. Estaba a punto de morir agujereado de puñaladas y hachazos.
Pensé en incinerarlo y echar las cenizas al mar, con la intención de verlo reencarnado, vivo y sano.
Pero si soy sincera, aún veía en el horizonte la esperanza de que alguien llegara y lo salvara de una muerte segura. Alguien que pusiera el mundo a mis pies con tan solo una mirada. Que fuera siempre 'sí ' cuando era 'sí ' y 'no' cuando era 'no'. Que no me dejara decir 'gracias', sino 'más veces'. Que no me llamara 'princesa', sino que me tratara como una de ellas. Que me invitara a cenar pizza en el suelo, mirando a las estrellas. Y que no me comprara caros perfumes, sino que me regalara una simple sonrisa cada día. Que fuera mi compañero de aventuras y mi copiloto del coche. Que me obligara reír a carcajadas, y a llorar de la risa. Que me cantara canciones al oído, pero que el estribillo me lo dejara cantar a mí. Que me dijera 'preciosa' a todas horas, pero más a esas de la mañana, en las que voy en pijama, recién levantada, sin una gota de maquillaje y el pelo alborotado. Que le gustara la forma en la que bailo y escribo, pero aún más la forma en la que sonrío. Que me hiciera bañarme a las tres de la mañana en el mar, con un frío que me cortara la respiración, pero que al menos no me cortara las ganas de vivir. Vivir. Ni con él, ni sin él. Junto a él. Por siempre. Y para siempre. Al menos tendría algo inolvidable que contar algún día a mis nietos.
Yo estaba dispuesta a dar mucho más. Mucho más de lo que los libros y las películas pudieran contar.
Sólo ponía una condición: 'No me mereces si no estás dispuesto a hacer locuras'
¿No pedía tanto no?

PD: Aún lo estoy esperando. Pero no hay prisa, voy descongelando el corazón mientras tanto. Igual aguanta.



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