domingo, 5 de febrero de 2012

Mi insomnio tiene nombre y apellidos: Nueva York.

Es tarde. Casi las dos de la madrugada. Frío. Mucho frío. Demasiado. Llaman a la puerta. Creo que es la inspiración, pero por si acaso pregunto y miro. Sí, sí es ella. La invito a que pase y se sienta a mi lado. Quiero enseñarle unas fotos. Son de hace algún tiempo, y supongo que eso precisamente es lo que ayuda a que se quede un rato más, a que entre miradas vagas y perdidas encontremos el pasado como una excusa barata para escribir a las dos de la madrugada de este helado sábado. Ni la manta más gorda consigue arrancarme el frío de los huesos. Ni siquiera el café. Un café. Un café y diez historias. Pero ella sigue allí. Creo que no se va a ir en toda la noche. Ni en la mañana siguiente. Creo que quiere quedarse unos días. Creo que quiere recordarme aquello que se fue. Me dice que me invita a abrirme los ojos, que ella paga. Yo acepto, no tengo nada que perder. Manejamos el tiempo a nuestro antojo mientras intercalamos algunos sorbos de aquel café, que ya no es café ni es nada. Es una taza. Mi taza. La miro, me detengo, y un escalofrío recorre mi cuerpo menudo. Esta vez no es frío, esta vez es realidad. La realidad me abruma, consigue desorientarme. Y yo me agarro a la inspiración y saco estas líneas, que ni son líneas ni son nada. Son mis propios recovecos escondidos bajo ese jersey de lana. Me atrevo a sacarlos y vuelvo a ese frío y esperado Nueva York.
Un Nueva York esperado, sí, pero poco transitado. Tengo vagos recuerdos de aquel viaje, y de aquella pequeña tienda de la Quinta Avenida donde compré esa taza de los Yankees. Pero de entre esos vagos recuerdos consigo sacar uno, uno sólo, el más importante: Siempre había deseado ir a Nueva York. Pero sin duda, no fue el mejor viaje de mi vida, por muchas razones. En este instante deseo escapar de esas razones que ya no vienen a cuento. Un día, hace mucho y no hace tanto, decidí pasar página, y ahora estoy cansada, muy cansada como para levantarme y coger ese libro. Eso sólo abriría cicatrices que un día, por voluntad propia, decidí dejar de tocar. Sanaron. Ya lo creo que sanaron esas cicatrices. Ahora río, pero por aquel entonces lloraba. Lloraba mucho.
Y escapo de esas lágrimas infieles que sin permiso se adueñan de mis ojos. Y veo el sol y el cielo azul, como aquel día en que vi a la Estatua de la Libertad por primera vez. Por primera vez, y por última. El viaje no dio para más. Me llevé una maleta cargada de ilusiones y esfuerzo, y me traje exceso de equipaje. Mi maleta estaba llena de dolor y desesperanza. Entregué mi persona como fianza, y volví a España. No fueron tiempos fáciles, fueron los peores tiempos de mi vida. Tiempos donde mi ser y mi esfuerzo diario eran las mejores monedas de oro. Yo sólo era la ficha de cambio. Tiempo a destiempo. Sólo tenía 17 años, y una vida por delante. Pero algunas personas se encargaron de hacerme creer que el mundo se me acababa ya, por no ser la Primera Bailarina del ABT con 16 años. Así que ya llegaba tarde, no sería nada en la vida, nada más que una fracasada, de la que todos esperaban mucho, y que no habría llegado a nada, ni siquiera los premios conseguidos hasta entonces conseguían brillar frente a esas palabras.  'Y que se te meta en la cabeza Elena, las pequeñas sólo consiguen triunfar si son Primeras Bailarinas con 16 años, sino serás una más, pasarás desapercibida, y nadie se fijará en ti. Porque eres muy bajita, y las bajitas, si no son máquinas, no son nada. Haz una pirueta más, porque sí, y deja de comer yogures. Entre ese moño que te hace cabezona y que has engordado de la semana pasada a esta, no se te va a poder ni ver. En hueso y pellejo, así es como debes estar, para que se te vean las líneas y estés espectacular. Levántate, no me creo que te duela la rodilla, a mí no me engañas con tus cuentos. Una vez más. Y otra. Creíamos que eras algo inteligente y lista, pero está claro que eres tonta, estúpida, boba...Eres decepcionante' Y esa cantinela repetida durante muchas horas, muchos días, muchos meses...
Pero basta!!! Basta, se acabó. Eso quedó enterrado en el baúl de los recuerdos. No sé por qué ahora, justo ahora decide salir. Pero ya que estamos, lo pienso. 17 años y yo sin saber que llegaría a los 19, y que en los 19 están las amigas, los amigos, la universidad y el reír sin prisa. El salir, el entrar, el saltar, el cantar en el coche, el comer, el caerse y volverse a levantar con una sonrisa en la boca. Y bailar, bailar si quieres, porque quieres, no por demostrar nada a nadie, sino porque lo sientes, porque lo amas. Nada más. Por ti y por nadie más. Bailar, bailar y bailar. Ser bailarina, sí,  pero primero y antes de nada: PERSONA, con sus idas y venidas, sus altibajos, sus risas, sus tristezas, sus preocupaciones, sus amistades, sus amores y desamores, sus estudios, sus días chungos, sus días de querer gritar al mundo lo feliz que es, sus salidas, sus tardes y sus noches. Y sobretodo, con su personalidad. Exacto. PERSONALIDAD. Aquello que yo había perdido, y que un día encontré para no dejarla escapar.
No fue nada fácil, créeme. Quise tirar la toalla, signo de que mi personalidad estaba en otro punto que no era el mío. Pero algunos consiguieron quitarme la venda de los ojos, sólo los que me querían de verdad.
Y entonces decidí caminar a mi manera, ver mundo desde otro lado, ser fiel a mí misma y a mis propias convicciones, estuviera equivocada o no.
Y como un volcán oculto, volvió a encederse la chispa de mi vida, y resurgí de mis cenizas como el ave Fénix. Volví a caer, volví a levantarme. Volví a caer, volví a levantarme, y así 863754 veces, y las que me quedan.
Y aquí estoy, con algunos rasguños, algunas cicatrices de guerra y tomando el último sorbo del café, que ya ni es café ni es nada. Y pienso en el cocido de mi abuela de mañana, lo mucho que me gusta y lo poco que lo podía disfrutar tiempo atrás. Y en esos ojos penetrantes clavados en mis dos kilos de más, si me atrevía a comerlo.
La inspiración tiene sueño. Quiere dormir. Le cedo mi cama y mi almohada. Creo que por hoy se lo ha merecido. Yo le digo que creo que me quedaré un rato más, acompañada de mi música, mi soledad y yo. Y así nos quedamos un rato, las tres, sin necesidad de nada más. Y un sueño en mi mirada consigue traspasar el cristal y llegar a las estrellas: el sueño de volver a Nueva York, a por más tazas de los Yankees para mi colección, a devorar desde la primera a la última avenida, a ver cómo sale el sol desde Steps, a llorar de alegría en Times Square, a ver otro partido de béisbol, a hacerme fotos, muchas fotos, que algún día inviten a la inspiración a volver y a recordarme lo bonito de esos días.
Creo que Nueva York y yo tenemos una deuda pendiente. Y yo soy chica de palabra. Lo que digo, lo cumplo.
Por eso:
Querida Nueva York, espérame, algún día volveré. Lo sé, volveré. Y prometo ponerme gafas, para que el sol de la felicidad no me deslumbre, para que pueda quererte y descubrirte como te mereces, como siempre había deseado conocerte. Las lágrimas se quedaron en la aduana. No las dejé pasar. Estáte tranquila, no vendrán en el asiento de al lado. Pide cena para dos. Sólo para dos. Y resérvalo al nombre de:
Nueva York y yo.



(Y pediré la habitación 312, para volver a ver el Empire State desde mi cama. Prometido)

Puede que no me entiendas, ni tú, ni tú, ni tú tampoco. No me importa. Nueva York y yo sabemos de lo que hablamos. Me basta.

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