domingo, 11 de marzo de 2012

La culpa es nuestra por creernos las películas.

Nos acostumbramos a todo. A lo bueno, a lo malo, a lo no tan bueno y a lo no tan malo. Nos acostumbramos a madrugar y a despertarnos tarde los domingos. A desayunar con la radio puesta y con los ojos medio cerrados. A salir a la calle y a correr para coger el autobús. Nos acostumbramos a ir corriendo a todas partes. Llegamos a la oficina y nos acostumbramos a no mirar a nuestro alrededor. Y cuando no miramos a nuestro alrededor, nos acostumbramos a no abrir las cortinas, a trabajar bajo la luz de aquel flexo, a beber algún que otro sorbo de café de vez en cuando, sólo cuando el tiempo nos lo permite.
Nos acostumbramos a sobrevivir mecánicamente. Nos acostumbramos a estructurar nuestra vida, a hacer siempre lo mismo, como coches teledirigidos.
Pensamos que estamos destinados a una persona, o a un trabajo, o a un lugar. Pero un día nos damos cuenta de que nos hemos acostumbrado a sufrir. Nos hemos acostumbrado a vivir pendientes del teléfono, esperando que el director de una película nos llame para ser el protagonista de su próximo taquillazo. Nos hemos acostumbrado a vivir a base de limosnas y de las sobras del querer de otra persona, esperando que algún día se de cuenta de lo mucho que la queremos y de lo feliz que sería con nosostros.
Nos hemos acostumbrado a pensar que la ciudad de nuestros sueños nos está esperando y que en ella seremos felices.
Es normal. Vivimos a base de sueños. Y no nos damos cuenta de que los sueños, en parte, no son nuestros, no nos pertenecen. Pertenecen a la vida y al tiempo, que sin quererlo son los dueños de nosotros mismos. Que son los que te dan las respuestas, incluso aquellas que no habías pedido. Está bien desear algo, y luchar por ello, pero también hay que saber cuando dejar de apretar las tuercas de ese sueño, cerrar, desatar los lazos, dejar de morder el tiempo y seguir.
Nos acostumbramos a pensar que las personas que queremos siempre estarán ahí. Esperamos ser correspondidos, pero al final del día, coges el teléfono y lo único que escuchas es un: 'Es que no puedo ir, lo siento...'
Nos acostumbramos a sonreír a las personas, y a no recibir siempre una sonrisa de vuelta. A ser ignorados, a ser invisibles, cuando tanto necesitábamos ser importantes. A ser una opción y no una prioridad.
Nos acostumbramos a pensar que por muy mal que estén las cosas, algún día encontraremos trabajo.
Pero nos acostumbramos a ahorrar la vida, que de poco exprimirla, igual se gasta, y una vez gastada, por estar acostumbrados, nos perdemos el vivir.
Y fíjate, la muerte está tan segura de su victoria, que nos da toda una vida de ventaja. Necios somos si no lo aprovechamos. Si en vez de vivir la vida, la malgastamos esperando, mordiendo el polvo de cosas que se nos escapan de las manos.
Y yo estoy aprendiendo que aquí sólo vale esperar lo inesperado. Que por muchos planes que hagas, la vida para bien o para mal siempre acaba sorprendiéndote.
Cambiar tu vida, ponerla patas arriba, equivocarte y seguir. Caer y limpiarte los rasguños para continuar con dignidad. Aparecer de imprevisto, cuando nadie te espere, para que tu aparición sea todo un acontecimiento. Y tener sueños sí, pero más que sueños, metas. Y que si una meta no se consigue, no pasa nada, hay miles de caminos que recorrer y miles de personas ahí afuera dispuestas a ser parte de ti. Y por ello, debemos despertar, dejar de acostumbrarnos, dejar de hacer que pasen los días. Hacer que cuenten. Por ti, y por nadie más. Vivir los lunes como un viernes y los domingos como un martes. Dejarnos de teorías y frases hechas, de historias perfectas y finales felices.
La culpa es nuestra por creernos las películas, porque lo que aún no sabemos es que nosotros mismos somos los directores de nuestra propia película, y que mientras caminamos por la vida, el guión de nuestra historia sigue en marcha, escribiendo cada paso que damos, cada decisión que tomamos. Es una película larga e intensa, nadie se salva de las risas, pero tampoco de las lágrimas. Habrá momentos en los que desearás cambiar de cinta y de cámara, ver todo desde otra perspectiva, pero es lo que te ha tocado vivir. De ti depende que haya más comedia que tragedia. De ti depende dejar de esperar a esa persona, y darte la oportunidad de ser feliz con lo que mereces, dejar de mirar el teléfono cada dos por tres, guardarlo y que te llamen cuando te tengan que llamar, si es que te tienen que llamar, y si no, pues nada.
De ti depende comerte la cabeza o comerte la vida, tomártela sin saborear o sentarte y apreciar sus matices. Caminar, jamás parar de caminar, absorbiendo de aquí y de allá, pero nunca creer que todo y todos son imprescindibles. Al fin y al cabo, de todo se sale, incluso de que aquello a lo que siempre estábamos acostumbrados a vivir. El reto es seguir, seguir como sea, pase lo que pase. Saltar al vacío, incluso cuando no sabes dónde está el norte, ni el sur. Soltar la rutina y las cadenas de aquello a lo que estábamos aferrados.
Yo me atrevo. No sé lo que pasará, pero me atrevo.
¿Te atreves?  Creo que no te arrepentirás.


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